palabras azules

Los ojos descansan en la ventana infinita
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Cogito Ergo Sum*

Esta mujer me pone nervioso.  El corazón se me sale del cuerpo  y el cuerpo quiere tenerla.

−       ¿Me acompañas al velorio? – digo con desespero.

 −       Eso no tiene sentido – refuta -- ¿Cómo  me vas a invitar a un velorio?, ¿quién murió?


 −       Murió Miguel, amigo de la preparatoria y de la facultad; compañero de parrandas.  Explico que el deceso fue por la tarde. Como la mayoría de las muertes, no estaba planeada. Pienso que justamente el día en que tengo a esta mujer con una sonrisa así, de esas, de las que  dicen tócame, se me muere un hermano.Insisto en que vaya al velorio de Miguel, porque no puedo dejar de ir, ni quiero dejarla ir. Y ella ríe mucho más y me da un  No con sabor a certeza.

−       Preciosa, acompáñame, quiero estar contigo. Mira, es fácil: llegamos, damos un sentido pésame a los padres y después conversamos afuera y seguimos pasándola así, rico, lindo. ¡Anda, ven conmigo!

−       ¡Cómo se te ocurre pensar que voy a ir a un velorio contigo¡ -- casi me grita ella.

−       Lo único que pienso es en ti, ¿no te gustan los muertos?— le pregunto para que me tome por loco y le pongo ojos de Te lo suplico.

Se conmueve  y me besa  con la fuerza de la libertad.Fue el primer beso. Huelo su cabello, toco sus pechos, halo el elástico de su tanga: Existo.Enciendo el carro,  comienzo un viaje con una mujer que no le tiene miedo a la muerte.

Carretera al Paraíso.

Motel “La vida misma”.

Habitación número siete.



* Escrito para el XVI Taller de Narrativa rOBERTO vILLA, en noviembre de 2011.

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