palabras azules

Los ojos descansan en la ventana infinita
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Waldo Saavedra y Eliseo Alberto

Hay días en que una despierta así, sin saber   qué hacer    cómo empezar. Hoy justamente. Pero me llamó Waldo Saavedra que es de esos genios con quien la vida me ha dejado morirme de impresión - por su obra tremenda, apasionada, perfecta-  y a carcajadas, porque adorna su inteligencia con humor bueno. Entonces hace un mural con las palabras y te alegra el día. 

Y yo estaba por el centro de Colima y me llama Waldito y me cuenta que recibió un regalo de Eliseo Alberto, y me lee el primer párrafo y me río y lo busco en la web y  me engancho y lo encuentro y... Aquí van arte e ingenio de estos dos maestrazos de isla.


Un loco llamado WS

El develamiento de nuestras obsesiones resulta siempre una confesión
Por Eliseo Alberto


El biólogo John Craig Venter, padre adoptivo del genoma humano, demostró que el temperamento artístico de un genio podría tener su origen en una alteración genética. El problema tendría solución científica con una simple mudanza de la cadena. El precio sería muy alto: nos quedaríamos sin Amadeus Mozart, Charles Chaplin, Isadora Duncan. Y también sin Waldo Saavedra, añado yo.
Guadalajara se metió en un bolsillo a Waldo. Allí vive desde hace años, en una finca arbolada. Quiso ser rockero. Le encantan los animales. Va y viene del estudio a los embalses y de las pajareras a su caballete. Pinta todos los días, sin descanso. Es hombre de mar —ahora sin otro mar que el de sus recuerdos. Nació en Caibarién, un pueblo de pescadores que ha dado casi más pintores que marineros. En la casa de Waldo cuelgan chalupas del techo, como lámparas de sombra: hizo una mesa de sala con una vieja bañadera y, bajo el cristal puso arena de su playa. Y unas monedas para tentar la suerte. Sus cuadros no mienten. Son perfectos —o casi perfectos, porque él sabe que la perfección debe ser una búsqueda constante no un resultado. ¿Qué haremos si por fin se alcanza? No hay camino a la perfección, la perfección es el camino.
Me lo encontré en una calle: él buscaba discos viejos, acetatos setentones.
—Waldo, ¿en que nueva locura estás?
—Volví para atrás. Cuando era joven, me dio por creerme el rockero más grande de Caibarién. Llené mi cuarto con pósters, pintados por mí, de toda esa plaga tan psicodélica, a lo Pink Floyd, por ejemplo. Los modelos los encontraba en recortes de periódicos que me llegaban desde Miami. Llegué a copiar imágenes de la televisión americana. Hoy las reminiscencias me vuelven a asaltar.
—¿Y eso qué significa?
—Que soy y estoy feliz. En estos momentos, fabrico una mega escenografía en honor a esos años. Lo primero fue una obra dedicada a King Crimson, el arrebatado grupo inglés. La pieza, de tres por tres metros, lleva un marco con un vistoso lamparón Victoriano; sobre el respaldar de una silla, puse mi única camisa Manhattan (la conservo desde hace 35 años). De pared a pared, cuelga un tendedero de sábanas que ilustran canciones e imágenes de la época… Algo así como meter a Londres en Caibarién pero desde una casa de Guadalajara. En fin, que traigo la contentura de un adolescente rockero. Pronto les enviaré fotos —dijo y entró en una tienda de discos olvidados.
Sus amigos, que tanto lo queremos, debemos permitir que Waldo siga viviendo dentro de un cuadro suyo, entre los animales y las guitarras eléctricas de su imaginación sin límites, inquilino de ese mundo que él mismo nos ha ido mostrando con enorme generosidad a medida en que lo iba descubriendo pincelada tras pincelada. No ha sido, para él, un proceso fácil. El develamiento de nuestras obsesiones resulta siempre una confesión. De tanto tentar la fantasía (aquel eslabón torcido del que nos hablara el Dr. Venter), este loco ha acabado por ser, en el particular paraíso donde sobrevive, su propio creador y sus criaturas, el pecado y la virtud, el misterio y su clarificación. Waldo sabe que todo es luz y sombra —o lo que es lo mismo, sólo luz. Cuando nos invita a entrar en sus ilusiones, a recorrer estos escenarios un tanto teatrales que él ha construido con sus manos, lo hace por nosotros, usted y yo, como si necesitara decirnos que no, de ninguna manera, a pesar de los pesares no estamos solos.
—¿De veras te gusta King Crimson?
—Lo prefiero cuando apago el disco. En silencio, me queda el placer de imaginarlo todo.
Eliseo Alberto


Fuente:  Milenio,Laberinto 24 de julio de 210  http://impreso.milenio.com/node/8804828

1 comentario:

  1. Marisela Caraballo. Excelente artículo y precisa descripción de ese loco llamado WS. Ese es él, no hay otro igual ni parecido.

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